Esto ya no es ciencia ficción. La inteligencia artificial, el proceso de imitación de la inteligencia humana, ya forma parte de nuestra vida cotidiana. Pero su ritmo de desarrollo cada vez más acelerado puede ser motivo de preocupación. ¿Bien fundada o no?
Los cinéfilos recordarán que en la película Terminator de 1984, las máquinas creadas por el hombre se volvieron contra él y casi provocaron la aniquilación de la humanidad. El fin programado de la raza humana causado por las máquinas es una fantasía clásica de la cultura pop. ¿La llegada de la inteligencia artificial hace creíble este temor ancestral?
John McCarthy, que acuñó el término inteligencia artificial, describe el concepto como «la ciencia y la ingeniería de fabricar máquinas inteligentes». Otro especialista en IA, Marvin Lee Minsky, la describe como «la construcción de programas informáticos que realizan tareas que, por el momento, son más satisfactoriamente llevadas a cabo por seres humanos».
Un miedo inveterado al progreso
La inteligencia artificial cristaliza todos los temores ligados a la tecnología y al progreso, que no son nuevos. El progreso, especialmente el progreso técnico, ha suscitado a menudo dudas y temores. En el siglo XIX, durante la revolución industrial, David Ricardo, uno de los padres de la economía liberal, preveía que las máquinas podrían sustituir al hombre. Al mismo tiempo, los trabajadores de las fábricas textiles de Inglaterra y Francia destruyeron las máquinas destinadas a sustituirlos.
¿Es razonable imaginar que la IA pueda sustituir o controlar a la raza humana?
La velocidad a la que avanza la inteligencia artificial, sobre todo con la reciente llegada de ChatGPT, un agente conversacional, es alucinante. La IA ha hecho progresos fenomenales«, admite Jean-Gabriel Ganascia, informático, filósofo y especialista francés en inteligencia artificial, «y sus capacidades de aprendizaje pueden llegar muy lejos. Sin embargo, es imposible que la IA tome el control, ¡y la gente debe estar tranquila!
La IA, ¿nada más que una herramienta de cálculo de alto rendimiento?
Reduzcamos la inteligencia artificial a lo que es, y no a lo que emocionalmente despierta en nuestros cerebros humanos: una herramienta de cálculo y gestión de datos. Los humanos, sus creadores, le enseñan a almacenar y analizar cantidades colosales de información. Sin embargo, la IA no puede competir con la inteligencia humana. No tiene sentimientos, ni moral, ni capacidad para sentir emociones o razonar. La mejor prueba de ello es su propensión a transmitir noticias falsas, que habrá recogido en su memoria sin poder analizar su relevancia o veracidad.
Y ahí reside la verdadera amenaza de la IA: el uso que los humanos pueden hacer de ella. Un ejemplo reciente es la aparición en Internet de imágenes generadas por la IA, pero tan realistas que algunas personas pueden caer en la trampa. Estas fotos «falsas» se han producido a petición de un ser humano que, si sus intenciones son maliciosas, creará un producto perjudicial. La solución sería entonces imponer una declaración que indique que el visual ha sido generado por IA, y no es real.
La IA, una oportunidad para repensar nuestra sociedad
Frente a estos excesos en el uso de las tecnologías relacionadas con la IA, corresponde a nuestras sociedades regular la forma en que aprovechamos esta herramienta, que forma parte de nuestras vidas desde hace varios años: reconocimiento facial, conducción autónoma, sistemas de navegación, asistentes de voz, etc.
Es en el campo de la medicina donde la IA está haciendo su aportación más espectacular, con la esperanza de desarrollar una medicina más predictiva y personalizada. Más allá de estos usos, que ya han demostrado su valía, Jean-Gabriel Ganascia nos recuerda que la IA nos permite cuestionar los problemas sociales actuales: «Gracias a la IA, nos damos cuenta de que ya no tendremos que dejar a los humanos tareas ingratas y arduas«, continúa. Esto nos obliga a considerar de otro modo nuestra relación con el trabajo, que vuelve a estar en el centro del debate sobre las pensiones. La IA ya no es un enemigo, sino una herramienta al servicio de las personas. » Con la IA, podemos inventar un nuevo modelo de sociedad.
Para que la IA sea una herramienta de progreso social y no una amenaza, corresponde a nuestras sociedades y a sus dirigentes estar vigilantes y, como con cualquier tecnología superpoderosa, educar a las personas para que no permitan que los algoritmos refuercen la discriminación o la desigualdad y garanticen el mejor reparto posible de tareas entre humanos y máquinas. Y al hacerlo, casi estamos desmintiendo a Stephen Hawking, el físico teórico que decretó con picardía que la IA podría ser «lo mejor, pero también lo peor, de la historia de la humanidad».